10° Tiempo Ordinario (C)
Lucas 7,11-17
1. Oración Inicial: Señor de la Vida, tu
Palabra es la fuente viva. Envía tu Espíritu Santo para acercarnos a ella y
comprenderla. Danos también la gracia, la voluntad y el valor necesario para
llevarla a la práctica en nuestras
vidas. AMÉN. Cantar
«Espíritu Santo Ven, Ven».
2. Lectura: ¿Qué dice el texto?
a) Introducción: El evangelio de hoy
presenta el episodio de la resurrección del hijo de la viuda de Naín. Las
viudas, según la tradición bíblica, eran vulnerables, y más aún si no tenían en
la familia un hijo varón que les garantizara seguridad y dignidad. La pérdida
de su hijo suponía también la pérdida de dignidad y consideración en la
sociedad donde vivía, máxime cuando ya había sufrido la pérdida de su marido,
que le aseguraba estabilidad y respeto. Abramos nuestros corazones a escuchar
la Palabra de Dios.
b. Leer el texto: Lucas 7,11-17: Hacer una lectura atenta, pausada y reflexiva.
Tratar de descubrir el mensaje de fe que el evangelista quiso transmitir a su
comunidad. Leerlo una segunda vez.
c. Un momento de
silencio orante: Hacemos un tiempo de silencio, para que la palabra de Dios
pueda penetrar en nuestros corazones.
Terminar cantando: «Tu Palabra me
Da Vida».
d) ¿Qué dice el texto?
1)
Cada persona lee el
versículo o parte del texto que te impresionó más.
2)
El
texto narra que habían dos multitudes. ¿Cuál es la que capta la atención de
Jesús?
3)
¿Cuáles son las palabras
y gestos de Jesús en este encuentro?
4)
¿Cómo reaccionó la gente?
5)
¿Qué pasó después?
3. Meditación: ¿Qué nos dice el texto hoy a nuestra vida? No es necesario responder a cada pregunta. Seleccionar las más
significativas para el grupo. Lo importante es conocer y profundizar el texto,
reflexionarlo y descubrir su sentido para nuestra vida.
a. El texto de hoy es uno de los típicos que
nos hablan de los sentimientos de compasión, de misericordia de Jesús. Se «conmovía» Jesús ante el sufrimiento de
los pobres, de los enfermos, de las viudas… ¿Cuál es nuestra actitud y la de
nuestra comunidad frente al sufrimiento de los demás?
b. Dios visitó a su pueblo. ¿Percibo las
numerosas visitas de Dios en mi vida y en la vida de la gente?
c. ¿Soy agradecido y glorifico a Dios por
tantas cosas buenas que he recibido de él?
d. ¿Qué hago para ayudar a los otros a vencer
el dolor y a abrirse a una vida nueva?
- ¿Cuál es el mensaje del texto para nuestra vida hoy?
4. Oración: ¿Qué le decimos a Dios después de escuchar y meditar su
Palabra? Ponemos en forma de oración todo aquello
que hemos reflexionado sobre el Evangelio y sobre nuestra vida. «Dios ha visitado a su pueblo».
5. Contemplar el rostro de Dios encontrado en el texto, volver la mirada
al mundo y comprometernos con el Reino de Dios y su justicia: Compromiso: Acercarnos a alguien que sufre y responder como
Jesús lo haría. Llevamos una "palabra". Puede ser un versículo
o una frase del texto. Tratar de tenerla en cuenta y buscar un momento cada día
para recordarla y tener un tiempo de oración donde volver a conversarla con el
Señor.
6. Oración final: Señor Jesús, te damos
gracia por tu Palabra que nos ha hecho ver mejor la voluntad del Padre. Haz que
como María, tu Madre, podamos no sólo escuchar sino también poner en práctica
la Palabra. Abre nuestro corazón a la misericordia para que no juzguemos ni
discriminemos a nadie. Ayúdanos a vivir, Señor, como las discípulas del
Evangelio, siguiendo tus pasos, anunciando la Buena Noticia y construyendo tu
Reino. AMÉN. Padre Nuestro, que estás en el cielo…
Para Las Personas Que Quieran Profundizar Más
1. Querido(a) Animador(a): Sugerimos seguir
la siguiente pauta al iniciar cada encuentro:
- Compartir sobre lo que le pasó a la gente en su diario vivir
durante la semana.
- ¿Cómo he experimentado a Jesús en lo que he vivido? ¿Qué ha hecho
Cristo en mi vida?
- ¿Qué he hecho esta semana para extender el Reino de Dios?
2. Jesús se conmueve por la suerte de esta
mujer: Naín era, y
continúa siendo, una pequeña aldea cerca de Nazaret. Jesús iba con sus
discípulos cuando se cruzaron con el entierro del hijo único de una viuda. Las
viudas, según la tradición bíblica, eran vulnerables, y más aún si no tenían en
la familia un hijo varón que les garantizara seguridad y dignidad. Sólo el
hombre garantizaba para ellas un status dentro de la sociedad, pues eran
consideradas objetos de propiedad, primero del padre y luego de su marido. Eran
valoradas especialmente por su condición de procreadoras. La viuda de Naín está
pasando por una dura prueba. La pérdida de su hijo suponía también la pérdida
de dignidad y consideración en la sociedad donde vivía, máxime cuando ya había
sufrido la pérdida de su marido, que le aseguraba estabilidad y respeto. El
llanto de la viuda es el grito silencioso de una mujer que siente no sólo
pérdida de su hijo sino también su destino de vulnerabilidad, exclusión y desigualdad.
Es el llanto que denuncia el machismo y la discriminación social. Jesús se conmueve por la suerte de esta mujer,
se solidariza, la mira y la toma en cuenta, le pide que no llore, se acerca al
féretro... y ordena al muchacho difunto que se levante. Finalmente, Jesús
coloca al muchacho con vida en brazos de su madre. Jesús transgrede de nuevo
las reglas excluyentes de aquella sociedad, devolviendo la vida y la dignidad a
la mujer.
3. El encuentro de dos procesiones (7,11-12): “Jesús se dirigió a una ciudad llamada Naím, acompañado de sus
discípulos y de una gran multitud. Justamente cuando se acercaba a la puerta de
la ciudad, llevaban a enterrar al hijo único de una mujer viuda, y mucha gente
del lugar la acompañaba.” Lucas es como un pintor. Con pocas palabras es
capaz de pintar un hermoso cuadro sobre el encuentro de dos multitudes o
procesiones: la procesión de la muerte que sale de la ciudad y acompaña a la
viuda que lleva su hijo único hacia el cementerio; la procesión de la vida que
entra en la ciudad y acompaña a Jesús. Las dos se encuentran en la pequeña
plaza junto a la puerta de la ciudad de Naín.
4. La compasión entra en acción (7,13): «Al
verla, el Señor se conmovió y le dijo: «No llores». Es la compasión que mueve a Jesús a
hablar y a actuar. Compasión significa literalmente “sufrir con”, asumir el dolor de la otra persona, identificarse con
ella, sentir con ella el dolor. Es la compasión que pone en acción en Jesús el
poder, el poder de la vida sobre la muerte, el poder creador.
5. “¡Joven,
a ti te digo: levántate!”
(7,14-15): “Después se acercó y tocó el féretro. Los que los llevaban se
detuvieron y Jesús dijo: «Joven,
yo te lo ordeno, levántate».
El muerto se incorporó y empezó a hablar. Y Jesús se lo entregó a su madre.” A
veces, en situaciones de gran dolor causado por la muerte de un ser querido, la
gente dice: “En el tiempo de Jesús,
cuando Jesús vivía en esta tierra, había esperanza de no perder a una persona
querida porque Jesús podía resucitarla.” Estas personas consideran el
episodio de la resurrección del hijo de la viuda de Naín como un suceso del
pasado que suscita nostalgia y también cierta envidia. La intención del
evangelio no es, sin embargo, la de suscitar nostalgia o envidia, sino que nos
ayude a experimentar mejor la presencia viva de Jesús en medio de nosotros. Es
el mismo Jesús, capaz de vencer la muerte y el dolor de la muerte, que continúa
estando vivo en medio de nosotros. Él sigue estando con nosotros hoy y, ante
los problemas del dolor que nos matan, nos dice: «A
ti te digo: levántate».
6. Las repercusiones (7,16-17): “Todos
quedaron sobrecogidos de temor y alababan a Dios, diciendo: «Un gran profeta ha
aparecido en medio de nosotros y Dios ha visitado a su Pueblo». El rumor de lo que Jesús acababa de hacer se difundió
por toda la Judea y en toda la región vecina. Es el profeta anunciado por Moisés (Dt 18,15). El Dios que viene a
visitarnos es el “Padre de los huérfanos
y protector de las viudas” (Sal 68,6; cfr. Jdt 9,11)
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