Lucas 2,
41-52
1. Oración
Inicial: ¡Padre Bueno! Tú eres nuestro creador, nos acoges a
través de Jesús tu Hijo y nos guías con tu Espíritu Santo. Abre nuestras mentes
para que podamos comprender tu Palabra y el sentido de la vida que nos has
dado. Refuerza nuestras voluntades para cumplir tu voluntad y así hacer del
mundo como una familia, más semejante a tu imagen. AMÉN. Cantar «Espíritu Santo Ven, Ven».
2. Lectura:
¿Qué dice el texto?
a. Introducción: Antes de que se inicie la
predicación de Juan Bautista, Jesús pronuncia sus primeras palabras en el
momento en que entra en su juventud, y lo hace durante la fiesta de la Pascua y
en el templo. Estas palabras, como las del final del evangelio (24,49), hablan
del Padre y del misterio de filiación que sobrepasa toda inteligencia humana.
Lo mismo que ocurre aquí en su juventud, ocurrirá en su madurez, al final de su
misión, en un contexto que nos anunciará ya el comienzo de su pasión (Lc
19,45-48). Abramos nuestros corazones a escuchar la Palabra de Dios.
b. Leer el texto: Lucas 2,41-52: Hacer
una lectura atenta, pausada y reflexiva. Tratar de descubrir el mensaje de fe
que el evangelista quiso transmitir a su comunidad. Leerlo una segunda vez.
c. Un momento de silencio orante: Hacemos un
tiempo de silencio, para que la palabra de Dios pueda penetrar en nuestros
corazones. Terminar cantando: «Tu Palabra
me Da Vida».
d. ¿Qué dice el texto?
1) Cada persona
lee el versículo o parte del texto que te impresionó más.
2) ¿Por qué
Jesús y su familia viajan a Jerusalén? ¿Qué sucede al regresar?
3) ¿Qué hacen
José y María? ¿Dónde encuentran a Jesús?
4) ¿Qué estaba
haciendo Jesús? ¿Qué les contesta a sus padres?
5) ¿Qué actitud
destaca el texto, hacia el final, sobre María?
6) ¿Qué nos
revela sobre Jesús este episodio de su vida?
3.
Meditación: ¿Qué nos dice el texto hoy a nuestra vida? No es
necesario responder a cada pregunta. Seleccionar las más significativas para el
grupo. Lo importante es conocer y profundizar el texto, reflexionarlo y
descubrir su sentido para nuestra vida.
a.
Define a tu familia en tres palabras.
b.
¿Cómo vivo mi vida familiar? ¿Pueden mis familiares
estar sufriendo por mí?
c.
¿Cómo es tu relación con tu familia?
d.
¿Qué le falta y qué le sobra a tu familia?
e.
¿Tratas de evangelizar a tu familia? ¿Qué dificultades encuentras?
f.
¿Cómo está presente Dios en la familia?
g.
¿Cuál es el mensaje del texto para nuestra vida hoy?
4. Oración:
¿Qué le decimos a Dios después de escuchar y meditar su Palabra? Ponemos en
forma de oración todo aquello que hemos reflexionado sobre el Evangelio y sobre
nuestra vida. « Madre del Salvador, que
nazca Jesús con nosotros».
5.
Contemplar el rostro de Dios encontrado en el texto, volver la mirada al mundo
y comprometernos con el Reino de Dios y su justicia: Compromiso:
¿Cómo puedes, de manera concreta, dedicar un tiempo de esta semana a meditar la
Palabra del Señor? Llevamos una "palabra". Puede ser un
versículo o una frase del texto. Tratar de tenerla en cuenta y buscar un
momento cada día para recordarla y tener un tiempo de oración donde volver a
conversarla con el Señor.
6. Oración
final: Señor Jesús que quisiste comenzar tu vida como todo
ser humano, en el seno de una familia, necesitado del calor, el alimento y el
apoyo de los más cercanos; comenzando a aprender a caminar... Haznos apreciar
las virtudes domésticas. Que guardemos tu Palabra, Señor, como lo hacía María,
meditándola en el corazón. Saboreando tu presencia y rumiando la vida, para
descubrir en ella los desafíos que nos propones. Danos fuerzas Señor para
escuchar tu voz en las cosas que nos pasan, en la realidad que vivimos, en los
acontecimientos de la historia. AMÉN. Padre
Nuestro, que estás en el cielo…
Para Las
Personas Que Quieran Profundizar Más
1.
Querido(a) Animador(a): Sugerimos seguir la siguiente pauta al iniciar cada
encuentro:
a.
Compartir sobre lo que le pasó a la gente en su diario
vivir durante la semana.
b.
¿Cómo he experimentado a Jesús en lo que he vivido?
¿Qué ha hecho Cristo en mi vida?
c.
¿Qué he hecho esta semana para extender el Reino de
Dios?
2. El evangelio
de Lucas en el que se nos cuenta la pérdida del niño Jesús en el Templo, fue
escrito probablemente unos cincuenta años después de este suceso. Doce años es,
aproximadamente, la época en que los niños comienzan a sentirse independientes.
Para Lucas, esta primera subida de Jesús a Jerusalén es el presagio de su
subida pascual y por ello, estos acontecimientos hay que leerlos a la luz de la
muerte y resurrección del Señor. Para Lucas, la sabiduría de Cristo ha
consistido en entregarse desde su joven edad “a su Padre”, sin que esto quiera
decir que supiera ya adónde le llevaría esa entrega. Pero en ella va incluida
ciertamente la decisión de anteponer su cumplimiento a toda otra consideración.
Sus padres no tienen aún esa sabiduría. María parece que llega a presentirla.
Pero, de todas formas, respetan ya en su hijo una vocación que trasciende el
medio familiar. Y esto es algo muy valioso para cada una de nuestras familias.
La educación de los hijos tiene que comenzar por una actitud de sincero
respeto. Sino, es imposible que surja la compresión y el amor. Lucas nos
presenta a la familia de Jesús cumpliendo sus deberes religiosos (vs. 41-42).
El niño desconcierta a sus padres quedándose por su cuenta en la ciudad de
Jerusalén. A los tres días, un lapso de tiempo cargado de significación
simbólica, lo encuentran. Sigue un diálogo difícil, suena a desencuentro;
comienza con un reproche: “¿Por qué nos has hecho esto?”. La pregunta surge de
la angustia experimentada (v. 48). La respuesta sorprende: “¿Por qué me buscaban?”
(v. 49), sorprende porque la razón parece obvia. Pero el segundo interrogante
apunta lejos: “¿No sabían que yo debía estar en las cosas de mi Padre?”. María
y José no comprendieron estas palabras de inmediato, estaban aprendiendo
(v.50). La fe, la confianza, suponen siempre un itinerario. En cuanto
creyentes, María y José maduran su fe en medio de perplejidades, angustias y
gozos. Las cosas se harán paulatinamente más claras. Lucas hace notar que María
“conservaba todas las cosas en su corazón” (v. 51). La meditación de María le
permite profundizar en el sentido de la misión de Jesús. Su particular cercanía
a él no la exime del proceso, por momentos difícil, que lleva a la comprensión
de los designios de Dios. Ella es como primera discípula, la primera evangelizada
por Jesús. No es fácil entender los planes de Dios. Ni siquiera María
“entiende”. Pero hay tres exigencias fundamentales para entrar en comunión con
Dios: 1) Buscarlo (José y María “se pusieron a buscarlo”); 2) Creer en Él María
es “la que ha creído”); y 3) Meditar la Palabra de Dios (“María conservaba esto
en su corazón”).
3. Primera
pascua de Jesús (2,41-52): La ley de Israel pedía que los muchachos
judíos que hubieran llegado a la edad de la pubertad fueran a Jerusalén tres
veces al año (Ex 23,14-17). Jesús tiene ya doce años, y aunque los rabinos no
consideraban obligatoria esta ley hasta los trece, muchos padres llevaban a sus
hijos antes de esa edad. En este relato, y antes de que se inicie la
predicación del precursor, Jesús pronuncia sus primeras palabras en el momento
en que entra en su juventud, y lo hace durante la pascua y en el templo. Estas
palabras, como las del final del evangelio (Lc 24,49), hablan del Padre y del
misterio de filiación que sobrepasa toda inteligencia humana. Lo mismo que
ocurre aquí, en su juventud, ocurrirá en su madurez al final de su misión (Lc
19,45-48). Allí también Jesús predica en el templo, ante la admiración del
pueblo, pero en un contexto que nos anuncia ya el comienzo de su pasión. La
clave de este episodio se encuentra en las palabras de Jesús. El significado de
su respuesta a la pregunta de María es que Dios es su verdadero Padre (en
contraste con su padre legal). De ahí se deduce que las exigencias de este
Padre pasan por encima de cualquier exigencia. Su misión le va a obligar a
romper los lazos con su familia (Mc 3,31-35). Pero no nos apresuremos a ver en
esta afirmación de Jesús todo lo que la teología posterior va a afirmar sobre
la filiación de Jesús. Todo lo que está implicado en este título de Hijo de
Dios lo vamos a ver manifestado paulatinamente en la vida pública de Jesús y,
sobre todo, en su muerte (Mc 15,39; Rom 5,10; Gál 2,20) y resurrección (Rom
1,3s).
5. Sin embargo
esta filiación divina no suprime los condicionantes de la humanidad de Jesús
(Lc 2,52). Como todos los niños y adolescentes de su tiempo irá adquiriendo
poco a poco su madurez física y espiritual. Los relatos de la infancia, que nos
han revelado en este niño al Mesías de Israel y al Señor del universo, se
terminan con una clara afirmación de la humanidad de Jesús. Su madre guardaba
todos estos recuerdos en su corazón esperando que el futuro desvelara su
significado pleno (Lc 2,51). Esta fe reflexiva de María nos invita a los(as)
creyentes a volver nuestra mirada a estos acontecimientos para descubrir en
ellos la luz que ilumine el camino de nuestra vida al servicio del evangelio de
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