22 mar 2012

5º Domingo de Cuaresma (B)

    Juan 12,20-33

1. Oración Inicial: Padre bueno, te pedimos que envíes tu Espíritu en abundancia, para que sepamos escuchar tu voz que proclama la gloria de tu Hijo que se ofrece para nuestra salvación. Haz que de esta escucha atenta y comprometida, sepamos hacer germinar en nosotros(as) la esperanza de otro mundo posible. AMÉN.     Cantar "Espíritu Santo Ven, Ven".

2. Lectura: ¿Qué dice el texto?

a) Introducción: El texto de hoy nos ofrece hoy una escena muy significativa. La suerte de Jesús está echada en cuanto los judíos ya han decidido que debe morir. Pero Jesús del evangelio de Juan no muere de cualquier manera; no le quitan la vida, sino que Él va a entregarla libremente. «Ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre va a ser glorificado». Jesús decide definitivamente llegar hasta las últimas consecuencias en su compromiso por el Reino de Dios. Abramos nuestros corazones a escuchar la Palabra de Dios.

c) Leer el texto: Juan 12,20-33: Leemos este texto de Juan con mucha atención, tratando de descubrir el mensaje de fe que el evangelista quiso transmitir a su comunidad.  Leerlo una segunda vez.

d) Un momento de silencio orante: Hacemos un tiempo de silencio para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida. Terminar cantando: «Tu Palabra me Da Vida».

e) ¿Qué dice el texto?

1)    ¿Qué versículo o parte del texto te impresionó más? ¿Por qué?

2)    ¿Qué responde Jesús a Felipe y Andrés?

3)    ¿Qué dice sobre el grano de trigo? ¿Qué trata de explicar?

4)    ¿Qué dice Jesús sobre «la hora de ser glorificado»?  ¿A qué se refiere?

5)    ¿Jesús pide librarse de esta «hora»? Si no, ¿qué dice al respecto?

6)    ¿En qué consiste «el juicio de este mundo»?

3. Meditación: ¿Qué nos dice el texto hoy a nuestra vida? No es necesario responder a cada pregunta. Seleccionar las más significativas para el grupo. Lo importante es conocer y profundizar el texto, reflexionarlo y descubrir su sentido para nuestra vida.

  1. Si el grano de trigo somos nosotros(as), ¿a qué debemos morir? ¿De qué tenemos que morir para poder dar vida a otros?
  2. ¿Cómo podemos dar fruto del Reino de Dios hoy?
  3. «El que ama su vida la destruye; y el que desprecia su vida en este mundo, la conserva para la vida eterna».  ¿Qué sentido tiene esta enseñanza hoy para nosotros(as)?
  4. ¿Hemos entendido que vivir el evangelio es de dar la vida por amor? ¿Cómo hacerlo hoy en nuestro país?
  5. ¿Cuál es el mensaje del texto para nuestra vida hoy y qué podemos hacer en concreto para que se haga realidad en nuestra vida?
4. Oración: ¿Qué le decimos a Dios después de escuchar y meditar su Palabra? Ponemos en forma de oración todo aquello que hemos reflexionado sobre el Evangelio y sobre nuestra vida. «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto».

5. Contemplar el rostro de Dios encontrado en el texto y Comprometernos con la transformación de la realidad: Compromiso: ¿De qué tenemos que morir para dar vida? Llevamos una “palabra”. Esa “palabra” o versículo que nos va a acompañar hasta que nos encontremos nuevamente. Seguramente se hará presente durante la semana mientras participamos en nuestros quehaceres diarios.

 6. Oración final: Dios todo bondadoso, en Jesús, nuestro hermano mayor y Señor, vemos realizado el ejemplo del grano de trigo que se entregó a sí mismo y supo dar la vida por amor. Ayúdanos a entregar también nuestras vidas. Danos un hambre insaciable de amor, de justicia, de libertad para todos los seres humanos, especialmente aquellos a quienes la sociedad actual se lo niega. Padre Nuestro, que estás en el cielo…    AMÉN.

Para Las Personas Que Quieran Profundizar Más


1.
La petición de los griegos que quieren ver a Jesús motiva la respuesta que puede servir de título al texto: Ha llegado la «hora». Todo converge hacia la «hora».  Se alude a la pasión como la hora de la glorificación. El texto es una expresión clara de la teología de Juan sobre la glorificación. Es el momento de la decisión, de la crisis del mundo. El mundo quiere vivir de sí mismo y para sí mismo. Busca en sí el sentido de la existencia. Así se autoexcluye de la salvación, porque es Jesús quien con su muerte da la vida. Para los discípulos la pasión, como glorificación, comporta que quien quiere conservar la vida la pierda. En este contexto hace Juan una referencia teológica a Getsemaní.

Al discípulo(a) no se le dispensa del sufrimiento ni de la decisión personal. El apóstol acepta una ley fundamental: la unidad con Cristo crea un problema vital. El discípulo(a) no puede ahorrar-guardarse la vida. El no es norma para sí. Conserva la vida si la entrega. Jesús lo afirma a través de tres sentencias: el grano que muere para dar fruto, el siervo que debe seguir a su señor, la turbación de Jesús que anuncia la inminencia de su exaltación. Este texto es un momento clave en el proceso de autorevelación de Jesús al mundo. La hora de la glorificación está cerca pero ha de pasar por la cruz. Esto provoca una crisis en muchos de los discípulos que rehúsan seguirle por este camino. Y el evangelio, de los judíos pasa a los gentiles representados aquí por los griegos. La «hora» de Jesús es también la hora del mundo. En ella se manifiesta que Dios es Amor, pero también queda al descubierto el pecado del mundo. Es la hora de la exaltación de Jesús, de su muerte y de su gloria. Es la hora del juicio contra Satanás y su ralea, pero también la hora del perdón para cuantos creen en él. Es la hora en la que Dios convoca a todos los elegidos en torno al que es "exaltado". Pues todo lo que podemos esperar y temer es fruto y consecuencia de la victoria y del juicio que acontece en la cruz de Cristo.

2. «Dar fruto»: Juan utiliza siempre la expresión «dar fruto» en este sentido misionero. La eficacia de la muerte de Jesús para la extensión del reino de Dios entre los seres humanos y los pueblos no es una eficacia automática: por lo tanto no ahorra a nadie la opción libre por el evangelio. Por eso Jesús, que ha cumplido en su vida y en su muerte la ley de la siembra, de la generosidad y la entrega, nos advierte que todos debemos hacer lo mismo que él si queremos entrar con él en la vida eterna. Pues el que sólo se cuida de sí mismo y no tiene más preocupaciones que la de salvar su vida, la pierde; en cambio, gana la vida eterna el que vive y muere por los demás.

3. «Atraeré a todos hacia mi»: Puesto fuera de la violencia de la que se sentía amenazado, esta suspensión de la cruz se convierte en una verdadera entronización, o sea, una colocación buena en vista de aquél que es para todos salvación y bendición. De la violencia que lo quería marginar y quitar del medio, se pasa a la fuerza ejercida por aquella imagen del entronizado. Se trata de "un atraer" que se engendra no por curiosidad, sino por amor; será suscitador de discipulado, de adhesión en todos aquéllos que sabrán andar más allá del hecho físico, y verán en Él la gratuidad hecha totalidad. No será la muerte ignominiosa la que alejará, sino que se convertirá en fuente de atracción misteriosa, gramática que abre nuevos sentidos por la vida. Una vida entregada que genera vida; una vida sacrificada que genera esperanza y nueva solidaridad, nueva comunión, nueva libertad.

4. Muerte que da vida: Pocas frases encontramos en el evangelio tan desafiantes como estas palabras que recogen una convicción muy de Jesús: «Les aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto». La idea de Jesús es clara. Con la vida sucede lo mismo que con el grano de trigo, que tiene que morir para liberar toda su energía y producir un día fruto. Si «no muere», se queda solo encima del terreno. Por el contrario, si «muere» vuelve a levantarse trayendo consigo nuevos granos y nueva vida. Con este lenguaje tan gráfico y lleno de fuerza, Jesús deja entrever que su muerte, lejos de ser un fracaso, será precisamente lo que dará fecundidad a su vida. Pero, al mismo tiempo, invita a sus seguidores a vivir según esta misma ley paradójica: para dar vida es necesario «morir». No se puede engendrar vida sin dar la propia. No es posible ayudar a vivir si uno no está dispuesto a «desvivirse» por los demás. Nadie contribuye a un mundo más justo y humano viviendo apegado a su propio bienestar. Nadie trabaja seriamente por el reino de Dios y su justicia, si no está dispuesto a asumir los riesgos y rechazos, la conflictividad y persecución que sufrió Jesús. Nos pasamos la vida tratando de evitar sufrimientos y problemas. La cultura del bienestar nos empuja a organizarnos de la manera más cómoda y placentera posible. Es el ideal supremo. Sin embargo, hay sufrimientos y renuncias que son necesarios asumir si queremos que nuestra vida sea fecunda y creativa. El hedonismo no es una fuerza movilizadora; la obsesión por el propio bienestar empequeñece a las personas. Nos estamos acostumbrando a vivirlo todo cerrando los ojos al sufrimiento de los demás. Parece lo más inteligente y sensato para ser felices. Es un error. Seguramente, lograremos evitarnos algunos problemas y sinsabores, pero nuestro bienestar será cada vez más vacío, aburrido y estéril, nuestra religión cada vez más triste y egoísta. Mientras tanto, los oprimidos y afligidos quieren saber si le importa a alguien su dolor.

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