9 may 2012

2° Domingo de Pascua (B)

Juan 20,19-31

 1. Oración Inicial: Señor Jesucristo, hoy tu luz resplandece como fuente de vida y de gozo. Danos tu Espíritu para leer y comprender tu Palabra. Danos tu amor y verdad para que sepamos también descubrir e interpretar a la luz de tu Palabra los signos de tu vida divina presente en nuestra historia.  AMEN.    Cantar,  "Espíritu Santo Ven".

2.   Lectura:   ¿Qué dice el texto?

a. Introducción: El texto de hoy  es parte del evangelio donde se narran diversos episodios que se refieren a Cristo Resucitado. Estos hechos están colocados en el Evangelio de Juan en la mañana (20,1-18) y en la tarde del primer día después del sábado y ochos días después, en el mismo lugar y día de la semana.  El relato de hoy no se refiere sólo a la fe de aquéllos que no han visto a Cristo Resucitado, sino también a la misión confiada por Cristo a la Iglesia.   Abramos nuestros corazones a la Palabra de Dios.

b. Leer el texto: Juan 20,19-31: Hacer una lectura atenta, pausada y reflexiva para escuchar a Dios. Leerlo una segunda vez. 

c. Un momento de silencio orante: Hacemos un tiempo de silencio, para dejar que la Palabra de Dios impregne el corazón y la mente.     Terminar cantando: “Tu Palabra me Da Vida”.

d.  ¿Qué dice el texto?

1)     Cada persona lee en voz alta el versículo o palabra que más le tocó el corazón.

2)     ¿Por qué los discípulos están con las puertas cerradas?

3)     ¿Qué dice y hace Jesús a ponerse en medio de ellos? ¿Cómo reaccionan los presentes?

4)     ¿Qué encomienda Jesús a la comunidad? ¿Qué entrega para poder realizarla?

5)     ¿Qué sucede con el discípulo Tomás? ¿Qué le dice Jesús después de profesar su fe?

6)     Según el texto, ¿Cuál era la finalidad del evangelista a escribir su evangelio?

3. Meditación: ¿Qué nos dice el texto hoy a nuestra vida?  No es necesario responder a cada pregunta. Seleccionar las más significativas para el grupo.  Lo importante es conocer y profundizar el texto, reflexionarlo y descubrir su sentido para nuestra vida.

  1. ¿Cuáles son nuestros miedos hoy? ¿Qué nos impide ser discípulos-misioneros(as) del Señor?
  2. ¿Sentimos llamados y enviados por el Señor? ¿A qué nos envía? ¿Estamos preparados(as) para aceptar su mandato y dar la vida por el Reino de Dios?
  3. ¿Cómo continuamos hoy la misión de Jesús? ¿Cómo anunciar a Jesús en la vida cotidiana?
  4. «Felices  los que creen sin haber visto». ¿Cuáles son los fundamentos de nuestra fe? ¿Por qué creemos?  
  5. Tomás no quería creer sin ver. ¿Cuáles serían las principales dificultades para creer en nuestra sociedad de hoy?
  6. ¿Qué significado tiene para nosotros(as) contar con el don del Espíritu Santo para la misión?
  7. ¿Cuál es el mensaje del texto para nuestra vida hoy y qué podemos hacer en concreto para que se haga realidad en nuestra vida?
4. Oración: ¿Qué le decimos a Dios después de escuchar y meditar su Palabra? Hacer oraciones dirigidas directamente al Señor. Dirigirse al Padre, a Jesús o al Espíritu Santo. Hablar con él, contarle, decirle lo que uno quiere o siente.  «¡Jesús Resucitado, anima nuestra fe y compromiso! »

5.  Contemplar el rostro de Dios encontrado en el texto y Comprometernos con la transformación de la realidad: Compromiso: Piensa un compromiso concreto para esta semana que te permita, con obras, dar testimonio de tu fe en Jesús Resucitado. Llevamos una “palabra”. Esa palabra o versículo nos va a acompañar hasta que nos encontremos nuevamente.

6. Oración final: Te damos gracias Jesús, Señor de la Vida, que nos has amado y llamado para ser tus discípulos(as). Gracias por el Espíritu y el mandato de anunciar y testimoniar tu resurrección, la misericordia del Padre, la liberación y la justicia para toda la humanidad. Haz que podamos superar nuestros miedos y nuestras indecisiones, afrontar nuestras dudas, responder a tu llamada y ser constructores de tu Reino. Padre Nuestro, que estás en el cielo…  AMÉN.

Para Las Personas Que Quieran Profundizar Más

1. Paz y misión: El evangelista ha relatado algunas de las señales que realizó Jesús. Escribe «para que en crean que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo tengan vida en su nombre» (20,31). Creer es tener vida. Tener fe es creer en la vida. Para Juan, todo comienza con la experiencia y el encuentro con Jesús (1,35-39). El evangelista se presenta como un testigo de los hechos y los dichos de Aquel que venció la muerte y resucitó. Ese testimonio es lo propio de los discípulos(as), de aquellas personas que lo siguieron atentas y desconcertadas por los caminos de Galilea. Creer en el Maestro fue para ellos un proceso difícil pero gozoso. Cuando murió temieron que todo había terminado, pero el Señor resucitado se apareció a ellos. Su presencia les inspiró paz, al mismo tiempo que significó para sus discípulos una nueva exigencia: «como el Padre me envió, también yo los envío» (vs.21). Ellos son los continuadores su obra. Nosotros hemos recibido ese testimonio y con él, la paz y la misión. De alguna manera Tomás nos representa en el texto. No vio físicamente al Señor resucitado. ¡Nosotros tampoco! Jesús reprocha a Tomás por no aceptar el testimonio de otros discípulos: «no seas incrédulo sino hombre de fe» (vs.27). Juan quiere así recordarnos cuál es hoy la vivencia que podemos tener de Jesús: el testimonio del hermano(a). Así nos llega al Evangelio del Señor y así lo debemos transmitir.

2. Jesús y Tomás. El evangelista subraya la identidad del Resucitado con el Crucificado. El testimonio de los ángeles, los encuentros y apariciones y, en especial, las exigencias de comprobación por parte de To­más, son de sumo interés. De ellas se dedu­ce que el Resucitado y el Crucificado son el mismo, aunque su forma de vida sea diversa. Ambos aspectos son igualmente importantes. De ahí las exigencias de ver y palpar los agu­jeros de las manos y del costado: identidad. De ahí la dificultad en reconocer al Resucita­do; creen ver un fantasma, un viandante, el jardinero: diversidad en su nueva forma de vi­da. La resurrección de Jesús no es la vuelta de un cadáver a la vida, sino la plena partici­pación de la vida divina por un ser humano. «Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero… no creeré»: Tomás no cree a través de los testigos oculares. Quiere hacer su experiencia. El evangelio es consciente de la dificultad de cualquiera para creer en la Resurrección, especialmente aquéllos(as) que no han visto al Señor. Él está dispuesto a creer, pero quiere resolver personalmente toda duda, por temor a errar. Jesús ve en Tomás a un hombre en busca de la verdad y lo satisface plenamente. Es por tanto la ocasión para decir a futuros creyentes «¡Felices los que no han visto, pero creen!». También intenta poner de relieve la con­fesión adecuada de la fe cristiana al citar las palabras de Tomás: «Señor mío y Dios mío». To­más es presentado como representante de los que no quieren creer sin ver. Vencida su increencia, el evangelista nos lo presenta como modelo de fe. Son sus palabras las que reco­gen la auténtica confesión de la fe cristiana. En sus palabras el evangelio de Juan alcan­za su cota más elevada: el reconocimiento de Jesús como Señor y Dios. Con esta claridad sólo se había hablado en el prólogo: «la Pala­bra era Dios» (1,1). Así, todo el evangelio queda incluido entre estas dos afirmaciones o confesiones de fe.

3. Vivir de su Presencia: Sólo cuando ven a Jesús resucitado en medio de ellos, los discípulos se transforman. Recuperan la paz, desaparecen sus miedos, se llenan de una alegría desconocida, notan el aliento de Jesús sobre ellos y abren las puertas porque se sienten enviados a vivir la misma misión que él había recibido del Padre. La crisis actual de la Iglesia, sus miedos y su falta de vigor espiritual tienen su origen a un nivel profundo. Con frecuencia, la idea de la resurrección de Jesús y de su presencia en medio de nosotros es más una doctrina pensada y predicada, que una experiencia vivida. Cristo resucitado está en el centro de la Iglesia, pero su presencia viva no está arraigada en nosotros, no está incorporada a la sustancia de nuestras comunidades, no nutre nuestros proyectos. Tras veinte siglos de cristianismo, Jesús no es conocido ni comprendido en su originalidad. No es amado ni seguido como lo fue por sus discípulos(as). Nada ni nadie nos puede aportar hoy la fuerza, la alegría y la creatividad que necesitamos para enfrentarnos a una crisis, como puede hacerlo la presencia viva de Cristo resucitado. Privados de su vigor espiritual, no saldremos de nuestra pasividad, continuaremos con las puertas cerradas al mundo moderno, sin alegría ni convicción. ¿Dónde encontraremos la fuerza para recrear y reformar la Iglesia y la historia? Necesitamos de Jesús más que nunca. Necesitamos vivir de su presencia , recordar en toda ocasión sus criterios y su Espíritu, repensar su vida, dejarle ser el inspirador de nuestra acción. Él está en medio de nosotros comunicándonos su paz, su alegría y su Espíritu.

3. El soplo sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación por medio del Espíritu (Gn 2,7; Ez 37). El espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. Será el Espíritu del resucitado el que rompa barreras y abra puertas para la misión. En Juan, Pentecostés es una consecuencia inmediata de la resurrección del Señor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario