9 may 2012

5° Domingo de Pascua (B)

Juan 15,1-8

1. Oración Inicial:
Señor, abre nuestro corazón, abre nuestro ser a tu ser, ábrenos a la Vida con el poder misterioso de tu Palabra. Haznos escuchar, haznos comer y gustar este alimento del alma; ¡ve cómo nos es indispensable! Envía, ahora, el buen fruto de tu Espíritu para que realice en nosotros lo que leamos y meditemos sobre Ti. Amén.

2.   Lectura:   ¿Qué dice el texto?

a)  Introducción: El texto de hoy nos ofrece una imagen sencilla y de gran fuerza expresiva. Jesús es la «vid verdadera», llena de vida; los discípulos son «sarmientos» que viven de la savia que les llega de Jesús; el Padre es el «viñador» que cuida personalmente la viña para que dé fruto abundante. Lo único importante es que vayamos haciendo realidad su proyecto de un mundo más humano, justo y feliz. Abramos nuestros corazones a escuchar la Palabra de Dios.

b)  Leer el texto: Juan 15,1-8: Leemos este texto de Juan con mucha atención, tratando de descubrir el mensaje de fe que el evangelista quiso transmitir a su comunidad.  Releerlo una segunda vez.

c) Un momento de silencio orante: Como sarmiento, permanecemos ahora, unidos a la vid, que es nuestro Señor y nos abandonamos a Él, nos dejamos envolver de la savia de su voz silenciosa y profunda, que es como agua viva.  Terminamos cantando: “Tu Palabra me Da Vida”.

d)  ¿Qué dice el texto?

1)    ¿Quién es la vid y quién el labrador?

2)    ¿Qué es necesario para que una rama pueda dar fruto?

3)    ¿Qué propósito tiene la poda en el proceso de crecimiento de la parra?

4)    ¿Qué deben demostrar los verdaderos discípulos(as) de Jesús?

 3. Meditación: ¿Qué nos dice el texto hoy a nuestra vida?  No es necesario responder a cada pregunta. Seleccionar las más significativas para el grupo.  Lo importante es conocer y profundizar el pasaje, reflexionarlo y aplicarlo a nuestra vida.

a.    ¿Qué significa para nosotros «estar unidos a Jesús»? ¿Estamos unidos(as) a Dios?

b.    ¿Qué frutos del Reino de Dios hemos producido?  ¿Y en nuestra comunidad?

c.    ¿Qué necesitaría ser podado en la comunidad para que dé más fruto?

d.    Toda planta necesita ser abonada para se fortalezca y crezca: ¿Qué abonos hacen falta en nuestra comunidad, en nuestro país?

e.    ¿Cuál es el mensaje del texto para nuestra vida hoy y qué podemos hacer en concreto para que se haga realidad en nuestra vida?

4.  Oración: ¿Qué le decimos a Dios después de meditar su Palabra?  Ponemos en forma de oración todo aquello que hemos reflexionado sobre el Evangelio y sobre nuestra vida. «El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto».

5. Contemplar el rostro de Dios encontrado en el texto y Comprometernos con la transformación de la realidad: Compromiso: ¿Qué gestos podemos ofrecer esta semana para vivir unidos(as) a Jesús?  Llevamos una “palabra”. No significa una palabra sola; puede ser un versículo o una frase del texto. Representa para nosotros un mensaje significativo resumido en una o pocas palabras.  Seguramente esta “palabra” o frase se hará presente durante el día mientras participamos en nuestros quehaceres diarios.

6. Oración final: Señor de la Vida, ayúdanos a permanecer unidos a Ti…cuando anunciamos que otro mundo mejor es posible... cuando luchamos por la vida... cuando nuestros esfuerzos se concentran en el Reino de Dios… cuando vivimos unidos(as) a Jesús… cuando vivimos los valores del Evangelio... cuando lo más importante es la vida son las personas... cuando luchamos para cambiar la realidad que nos rodea... cuando vivimos unidos a Jesús.  AMÉN. Padre Nuestro, que estás en el cielo…

Para Las Personas Que Quieran Profundizar Más

1.  Para colocar el pasaje en su contexto: Estos pocos versículos forman parte del gran discurso de Jesús a sus discípulos en el momento íntimo de la última cena y comienza con el versículo 3 del cap. 13 prolongándose hasta todo el cap. 17. Se trata de una unidad muy estrecha, profunda e indisoluble, que no tiene par en todos los Evangelios y que recapitula en sí toda la revelación de Jesús en la vida divina y en el misterio de la Trinidad; es el texto que dice lo que ningún otro texto de las Sagradas Escrituras es capaz de decir en relación a la vida cristiana, su potencia, sus deberes, su gozo y su dolor, su esperanza y su lucha en este mundo y en la Iglesia. Pocos versículos, pero rebosantes de amor, de aquel amor hasta el final, que Jesús ha decidido vivir con los suyos, con nosotros, hoy y siempre. En fuerza de este amor, como supremo y definitivo gesto de ternura infinita, que recoge en sí todo otro gesto de amor, el Señor deja a los suyos una presencia nueva, un modo nuevo de existir: a través de la parábola de la vid y de sus sarmientos y a través, del verbo permanecer. El no puede quedarse junto a nosotros porque vuelve al Padre, pero permanece dentro de nosotros.

2.  El verdadero discipulado (15,1-17): Este pasaje se ocupa de precisar cómo debe ser el auténtico discípulo(a) de Jesús. Existen claros indicios para dividir esta sección en dos partes. En la primera (Jn 15,1-8) se entremezcla el material alegórico, la vid y los sarmientos, con el lenguaje directo, que presenta a Jesús como el Yo soy. La segunda (15,9-17) tiene como denominador común el pensamiento del amor. En conjunto, ambas partes, son una amonestación del Resucitado.

3. No Quedarnos Sin Savia: La imagen es de una fuerza extraordinaria. Jesús es la «vid», los que creemos en él somos los «sarmientos». Toda la vitalidad de los cristianos nace de él. Si la savia de Jesús resucitado corre por nuestra vida, nos aporta alegría, luz, creatividad, coraje para vivir como vivía él. Si, por el contrario, no fluye en nosotros, somos sarmientos secos. Éste es el verdadero problema de una comunidad que celebra a Jesús resucitado como «vid» llena de vida, pero que está formada, en buena parte, por sarmientos muertos. ¿Para qué seguir distrayéndonos en tantas cosas, si la vida de Jesús no corre por nuestras comunidades y nuestros corazones? Nuestra primera tarea hoy y siempre es «permanecer» en la vid, no vivir desconectados de Jesús, no quedarnos sin savia, no secarnos más. ¿Cómo se hace esto? El evangelio lo dice con claridad: hemos de esforzarnos para que sus «palabras» permanezcan en nosotros. La vida cristiana no brota espontáneamente entre nosotros. Es necesario leer y meditar las palabras de Jesús. Sólo la familiaridad y afinidad con los evangelios nos hace ir aprendiendo poco a poco a vivir como él. Este acercamiento frecuente a la Palabra nos va poniendo en sintonía con Jesús, nos contagia su amor al mundo, nos va apasionando con su proyecto, va infundiendo en nosotros su Espíritu. Casi sin darnos cuenta, nos vamos haciendo cristianos(as). Esta meditación personal de las palabras de Jesús nos cambia más que todas las explicaciones y discursos. Las personas cambiamos desde dentro. Tal vez, éste sea uno de los problemas más graves de nuestra religión: no cambiamos, porque sólo lo que pasa por nuestro corazón cambia nuestra vida; y, con frecuencia, por nuestro corazón no pasa la savia de Jesús. La vida de la Iglesia se trasformaría si los creyentes, los matrimonios cristianos, los sacerdotes, las religiosas, los obispos, tuviéramos como libro de cabecera los evangelios de Jesús.  Los cristianos(as) vivimos hoy preocupados y distraídos por muchas cuestiones. Pero no hemos de olvidar lo esencial. Todos somos «sarmientos». Sólo Jesús es «la verdadera vid». Lo decisivo en estos momentos es «permanecer en él»: aplicar toda nuestra atención al Evangelio; alimentar en nuestras comunidades el contacto vivo con él; no desviarnos de su proyecto del Reino.

4. Jesús nos desafía: Jesús, valiéndose de la alegoría de la viña, invita a los suyos a permanecer unidos a él. Pero no es una unidad cerrada, autocomplaciente y dependiente. Es la unidad de la comunión fraterna que es capaz de enfrentar todas las dificultades que amenazan a la comunidad de discípulos(as) se busca el acomodo y la vida fácil. O, sencillamente, se busca afianzarse en la tradición que da seguridad. Así les pasaba a los primeros cristianos de origen judío. Así nos pasa hoy. Para no arriesgar nada preferimos anclarnos en lo seguro del pasado para no abrirnos al riesgo de lo nuevo. Pero Jesús nos desafía, nos desinstala, nos lanza a la aventura del presente y a la inseguridad del futuro. Solo la unidad fraterna en torno a Jesús es la única garantía de una vida auténtica. No hay más seguridades ni jurídicas, ni políticas, ni doctrinales.  El signo que hará creíble el mensaje de Jesús es la unidad de los creyentes que se expresa en la fraternidad y solidaridad con quienes no tienen acceso a los bienes para optimizar su calidad de vida. En un mundo dividido por las guerras genocidas, las injusticias escalofriantes, la sistemática violación de los derechos humanos, fruto del egoísmo y la ambición humana, la comunión fraterna, solidaria y misericordiosa será una luz que mantenga viva la esperanza de la humanidad.

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