9 may 2012

6º Domingo de Pascua (B)

Juan 15, 9-17

1. Oración Inicial: Padre Bueno, tú que eres fuente de vida y nos sorprendes siempre con tus dones, danos la gracia de responder al llamado de tu Hijo Jesús que nos llamó amigos, para que siguiéndole a El, nuestro maestro y pastor, aprendamos a observar sus mandamientos, la nueva y definitiva Ley que es El mismo, camino para llegar a ti y permanecer en ti.  AMÉN. Cantar "Espíritu Santo Ven, Ven".

2.   Lectura:   ¿Qué dice el texto?

a)  Introducción: El evangelista Juan pone en boca de Jesús un largo discurso de despedida en el que se recogen con una intensidad especial algunos rasgos fundamentales que han de recordar sus discípulos(as) a lo largo de los tiempos, para ser fieles a su persona y a su proyecto. También en nuestros días. Abramos nuestros corazones a escuchar la Palabra de Dios.

b. Leer el texto: Juan 15,9-17: Leemos este texto de Juan con mucha atención, tratando de descubrir el mensaje de fe que el evangelista quiso transmitir a su comunidad. Leerlo una segunda vez.

c. Un momento de silencio orante: Hacemos un tiempo de silencio para que la Palabra de Dios pueda entrar en nosotros e iluminar nuestra vida. Terminar cantando: “Tu Palabra me Da Vida”.

d)  ¿Qué dice el texto?

1)    ¿Qué versículo o parte del texto te impresionó más? ¿Por qué?

2)    ¿Cuál es el contexto en qué habla Jesús?

3)    ¿Cómo permanecer en el amor de Jesús?

4)    ¿Qué es el mandamiento de Jesús? ¿De qué manera amó Jesús? 

5)    ¿Cómo llama a los discípulos y por qué? ¿Qué hace Jesús por ellos(as)?

6)    ¿Qué les pide, qué es su misión?

3. Meditación: ¿Qué nos dice el texto hoy a nuestra vida? No es necesario responder a cada pregunta. Seleccionar las más significativas para el grupo.  Lo importante es conocer y profundizar el pasaje, reflexionarlo y aplicarlo a nuestra vida.

  1. ¿Qué significa para nosotros permanecer en el amor de Jesús?
  2. ¿Qué hacemos para no desviarnos del amor en nuestra comunidad?
  3. El amor cristiano no es tanto un sentimiento del corazón como una actitud de vida ante el prójimo, sea amigo o enemigo. ¿Cómo mostramos amor a Dios y al prójimo?
  4. «No hay amor más grande que dar la vida por los amigos»: ¿Hemos conocido a personas quienes hayan dado en sus vidas este testimonio de vida? Comentar.
  5. «los destiné para que vayan y den fruto»: ¿Cuáles son los frutos de nuestra comunidad?
  6. ¿Cuál es el mensaje del texto para nuestra vida hoy y qué podemos hacer en concreto para que se haga realidad en nuestra vida?
4. Oración: ¿Qué le decimos a Dios después de escuchar y meditar su Palabra? Ponemos en forma de oración todo aquello que hemos reflexionado sobre el Evangelio y sobre nuestra vida. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos.”

5.  Contemplar el rostro de Dios encontrado en el texto y Comprometerse con la transformación de la realidad: En nuestros días la solidaridad es muestra del amor real a los demás.  Piensa en un gesto solidario para vivir esta semana. Y ahora llevamos cada uno una “palabra”.  No significa una palabra sola; puede ser un versículo o una frase del texto. Seguramente esta “palabra” o frase se hará presente durante el día mientras participamos en nuestros quehaceres diarios.

 6. Oración final: Dios, Padre nuestro, ayúdanos a amar como Jesús, sintiendo compasión activa por el otro, comprometiéndonos con el dolor ajeno, haciéndonos próximo al que sufre y está abandonado, viviendo la solidaridad concreta que nace de ver al otro como hermano(a). Amar como Jesús, en la práctica concreta y real de cada día, amando en el hoy y ahora, amando a todos(as), a través del servicio, la donación y la entrega de lo mejor de cada uno para el bien de los demás. AMÈN.   Padre Nuestro, que estás en el cielo…

Para Las Personas Que Quieran Profundizar Más

 1. «Permanezcan en mi amor». Es lo primero. No se trata sólo de vivir en una religión, sino de vivir en el amor con que nos ama Jesús, el amor que recibe del Padre. Ser cristiano(a) es en primer lugar un una cuestión de amor. A lo largo de los siglos, los discípulos conocerán incertidumbres, conflictos y dificultades de todo orden. Lo importante será siempre no desviarse del amor. Permanecer en el amor de Jesús no es algo teórico ni vacío de contenido. Consiste en «guardar sus mandamientos», que él mismo resume enseguida en el mandato del amor fraterno: «Este es mi mandamiento: Ámense los unos a los otros, como yo los he amado». El cristiano encuentra en su religión muchos mandamientos. Su origen, su naturaleza y su importancia son diversos y desiguales. Con el paso del tiempo, las normas se multiplican. Sólo del mandato del amor dice Jesús: «Este mandato es el mío». En cualquier época y situación, lo decisivo para el cristianismo es no salirse del amor fraterno.

2. El verdadero discipulado(a): La cruz de Jesús, el gran instrumento de tortura del imperio romano, se transforma -como otra cara de la moneda- también en la máxima expresión de amor de todos los tiempos. La cruz, símbolo de muerte y sufrimiento, pasa a ser signo vivo de más vida. En realidad con su amor final Jesús dice que debemos amar «como» Él, es decir hasta ser capaces de dar la vida. La cruz es la «escuela del amor»; no porque en sí misma sea buena, ¡todo lo contrario!, sino porque lo que es bueno es el amor ¡hasta la cruz! La cruz como medida puede ser medida del odio de Caifás, y también, del amor de Jesús; éste último es el que a nosotros nos interesa. Es el amor que nos enseña a mirar ante todo al ser amado, y más que a nosotros mismos, que nos enseña a no prestar atención a nuestra vida, sino la vida de quienes amamos; es el amor que nos enseña a ser libres hasta de nosotros mismos, siendo «esclavos de los demás por amor». Nada hay más esclavizante que el amor, y nada hay más liberador que el amor (para quien lo da y para quien lo recibe. Aquí el amor es fruto de una unión, de «permanecer» unidos a aquel que es el amor verdadero. Y ese amor supone la exigencia -«mandamiento»- que nace del mismo amor, y por tanto es libre, de amar hasta el extremo, de ser capaces de dar la vida para engendrar más vida.

El amor así entendido es siempre el «amor mayor», como el que condujo a Jesús a aceptar la muerte a que lo condenaban los violentos. A ese amor somos invitados, a amar «como» él movidos por una estrecha relación con el Padre y con el Hijo. Ese amor no tendrá la liviandad de la brisa, sino que permanecerá, como permanece la rama unida a la planta para dar fruto. Cuando el amor permanece, y se hace presente mutuamente entre los discípulos, es signo evidente de la estrecha unión de los seguidores de Jesús con su Señor, como es signo, también, de la relación entre el Señor y su Padre. Esto genera una unión plena entre todos los que son parte de esta «familia», y que llena de gozo a todos sus miembros donde unos y otros se pertenecen mutuamente aunque siempre la iniciativa primera sea de Dios.

3. La alegría cristiana: Esta alegría del creyente no es fruto de un temperamento optimista. No es el resultado de un bienestar tranquilo. No hay que confundirlo con una vida sin problemas o conflictos. Lo sabemos todos: un cristiano experimenta la dureza de la vida con la misma crudeza y la misma fragilidad que cualquier otro ser humano. El secreto de esta alegría está en otra parte: más allá de esa alegría que uno experimenta cuando «las cosas le van bien». Pablo de Tarso dice que es una «alegría en el Señor», que se vive estando enraizado en Jesús. Juan dice más: es la misma alegría de Jesús dentro de nosotros. La alegría cristiana nace de la unión íntima con Jesucristo. Por eso no se manifiesta de ordinario en la euforia o el optimismo a todo trance, sino que se esconde humildemente en el fondo del alma creyente. Es una alegría que está en la raíz misma de nuestra vida, sostenida por la fe en Jesús. Esta alegría no se vive de espaldas al sufrimiento que hay en el mundo, pues es la alegría del mismo Jesús dentro de nosotros. Al contrario, se convierte en principio de acción contra la tristeza. Pocas cosas haremos más grandes y evangélicas que aliviar el sufrimiento de las personas y contagiar alegría realista y esperanza.

Sin amor no es posible dar pasos hacia un cristianismo más abierto, cordial, alegre, sencillo y amable donde podamos vivir como «amigos» de Jesús, según la expresión evangélica. No sabremos cómo generar alegría. Aún sin quererlo, seguiremos cultivando un cristianismo triste, lleno de quejas, resentimientos, lamentos y desazón. A nuestro cristianismo le falta, con frecuencia, la alegría de lo que se hace y se vive con amor. A nuestro seguimiento a Jesucristo le falta el entusiasmo de la innovación, y le sobra la tristeza de lo que se repite sin la convicción de estar reproduciendo lo que Jesús quería de nosotros(as). 

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