21 may 2013

2° DOMINGO DE PASCUA




1. Oración Inicial: Ven Espíritu Santo. Ilumínanos con tu luz para acoger hoy la Palabra de Dios. Abre nuestras inteligencias y nuestros corazones para comprenderla y danos la gracia, la voluntad y el valor necesario para vivirla en nuestras vidas. AMÉN. Cantar «Espíritu Santo Ven, Ven».

 
2. Lectura del Texto:

a) Introducción: Tras la muerte de Jesús, la comunidad se siente con miedo, insegura e indefensa ante las represalias que pueda tomar contra ella la institución judía. El mensaje de María Magdalena del sepulcro vacío no los ha liberado del temor; sólo el encuentro personal con el Resucitado puede darles seguridad en medio de un mundo hostil. El evangelista subraya la identidad de Resucitado con el Crucificado. Es el mismo Jesús, aunque su forma de vida sea diversa. Este pasaje no se refiere sólo a la fe de aquellas personas que no han visto (testimonio de Tomás), sino también a la misión confiada por Cristo a la comunidad. Abramos nuestros corazones a escuchar la Palabra de Dios.

b) Leer el texto: Juan 20,19-31: Hacer una lectura atenta, pausada y reflexiva. Tratar de descubrir el mensaje de fe que el evangelista quiso transmitir a su comunidad. Leerlo una segunda vez.

c. Un momento de silencio orante: Hacemos un tiempo de silencio, para dejar que la Palabra de Dios impregne el corazón y la mente. Terminar cantando: “Tu Palabra me Da Vida”.
d. ¿Qué dice el texto?

1) Cada persona lee el versículo o parte del texto que te impresionó más.

2) ¿Dónde se encuentran y qué sienten los discípulos? ¿Quién se hace presente, qué dice y hace?

3) ¿Qué encomienda Jesús a la comunidad? ¿Qué entrega para poder realizarla?

4) ¿Qué sucede con el discípulo que faltaba?

5) ¿Cuales son las palabras de Jesús a Tomás después de que éste profesa su fe?

6) ¿Cuál era la finalidad del evangelista al escribir su evangelio?

 3. Meditación: ¿Qué nos dice el texto hoy a nuestra vida? No es necesario responder a cada pregunta. Seleccionar las más significativas para el grupo. Lo importante es conocer y profundizar el texto, reflexionarlo y descubrir su sentido para nuestra vida.

a) También Cristo nos envía hoy con la fuerza de su Espíritu Santo: ¿Estamos preparados y dispuestos para aceptar su mandato y a dar la vida por su Reino o aún sentimos miedo?

b) ¿Cómo continuamos hoy la misión de Jesús en el mundo? ¿Cuál es el contenido del anuncio misionero?

c) ¿Qué valor tiene el testimonio de Tomás? ¿Cuáles son, si las tenemos, las dudas de nuestra fe? ¿Cómo las afrontamos? ¿Sabemos expresar las razones de nuestra fe?

d) «Felices los que no han visto, pero creen: ¿Cuáles son los fundamentos de nuestra fe? ¿Por qué creemos? ¿A qué nos lleva tener fe?

e) ¿Cuál es el mensaje del texto para nuestra vida hoy y qué hacer en concreto para que se haga realidad?

 4. Oración: ¿Qué le decimos a Dios después de escuchar y meditar su Palabra? Ponemos en forma de oración todo aquello que hemos reflexionado sobre el Evangelio y sobre nuestra vida: «Felices los que no han visto, pero creen”.

 5. Contemplar el rostro de Dios encontrado en el texto, volver la mirada al mundo y comprometernos con el Reino de Dios y su justicia: Compromiso: Piense y haga un compromiso concreto para esta semana que te permita testimoniar tu fe en Jesús Resucitado. Llevamos una “palabra”: Puede ser un versículo o una frase del texto. Tratar de tenerla en cuenta y buscar un momento cada día para recordarla y tener un tiempo de oración donde volver a conversarla con el Señor.

 6. Oración final: Te damos gracias Jesús, Señor de la Vida, que nos has amado y llamado para ser tus discípulos(as). Gracias por el Espíritu y el mandato de anunciar y testimoniar tu resurrección, la misericordia del Padre, la salvación y el perdón para toda la humanidad. Haz que podamos superar nuestros miedos y nuestras indecisiones, afrontar nuestras dudas, responder a tu llamada y ser constructores de tu Reino. Padre Nuestro que estás en el cielo... AMÉN.

Para Las Personas Que Quieran Profundizar Más

1. Querido(a) Animador(a): Sugerimos seguir la siguiente pauta al iniciar cada encuentro:

a)    Compartir sobre lo que le pasó a la gente en su diario vivir durante la semana.

b)    ¿Cómo he experimentado a Jesús en lo que he vivido? ¿Qué ha hecho Cristo en mi vida?

c)    ¿Qué he hecho esta semana para extender el Reino de Dios?

 2. Como el Padre me envió (vs. 21): La Resurrección no se impone como evidencia y las apari­ciones del resucitado van ganando paulatinamente el cora­zón de sus discípulos. La fe nos abre a la presencia resucitada del Señor en medio de los suyos: "los discípulos se alegraron de ver al Señor" (vs.20). Pero esta presencia y la alegría, su fruto, no son para la contemplación íntima; son fuerza para la misión. Jesús se presenta en medio de los suyos y les dice: "como el Padre me envió, también yo los envío" (vs.21). Misión que viene del Padre y de su amor, de su deseo de perdonar y dar vida (porque 'perdonar es dar vida'), de su preocupación por "reunir a los hijos dispersos" (11,52). Para ello envía a su Hijo y a su Iglesia y los equipa con la fuerza del Espíritu, "Señor y dador de vida". El Señor está en medio de su Iglesia para abrirla al mundo, pero muchas veces la Iglesia tiene miedo de arriesgar su vida y tiende a replegarse en un aislamiento estéril, sobre todo cuando fuera reina la hostilidad y la muerte. Como lo dice el texto de hoy, la presencia del Señor se da en medio de una comunidad que se hallaba "con las puertas cerradas por miedo a los judíos" (vs.19).

 3. Jesús y Tomás (20,24-29): El evangelista subraya la identidad del Resucitado con el Crucificado. El testimonio de los ángeles, los encuentros y apariciones y, en especial, las exigencias de comprobación por parte de To­más, son de sumo interés. De ellas se dedu­ce que el Resucitado y el Crucificado son el mismo, aunque su forma de vida sea diversa. Ambos aspectos son igualmente importantes. De ahí las exigencias de ver y palpar los agu­jeros de las manos y del costado: identidad. De ahí la dificultad en reconocer al Resucita­do; creen ver un fantasma, un viandante, el jardinero: diversidad en su nueva forma de vi­da. La resurrección de Jesús no es la vuelta de un cadáver a la vida, sino la plena partici­pación de la vida divina por un ser humano.

4. “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero… no creeré” (20,25) Tomás no consigue creer a través de los testigos oculares. Quiere hacer su experiencia. El evangelio es consciente de la dificultad de cualquiera para creer en la Resurrección especialmente aquéllos(as) que no han visto al Señor. Tomás es su intérprete. Él está dispuesto a creer, pero quiere resolver personalmente toda duda, por temor a errar. Jesús no ve en Tomás a un escéptico indiferente, sino a un hombre en busca de la verdad y lo satisface plenamente. Es por tanto la ocasión para lanzar una apreciación a hacia los futuros creyentes (vs. 29).

5. “Señor mío y Dios mío” (20,28): El evangelista intenta también poner de relieve la con­fesión adecuada de la fe cristiana al citar las palabras de Tomás: “Señor mío y Dios mío”. To­más es presentado como representante de los que no quieren creer sin ver. Vencida su increencia, el evangelista nos lo presenta como modelo de fe. Son sus palabras las que reco­gen la auténtica confesión de la fe cristiana. En sus palabras el evangelio de Juan alcan­za su cota más elevada: el reconocimiento de Jesús como Señor y Dios. Con esta claridad sólo se había hablado en el prólogo: la Pala­bra era Dios (1,1). De esta forma todo el evangelio queda "incluido" entre estas dos afirmaciones o confesiones de fe. El protago­nista es el Hijo de Dios, y la fe descubre esta realidad en un ser humano como nosotros. El es la última y definitiva intervención de Dios en la historia.

 6. “sopló sobre ellos y les dijo: “Reciban el Espíritu Santo” (20,22): El "soplo" sobre los discípulos recuerda acciones bíblicas que nos hablan de la nueva creación, de la vida nueva, por medio del Espíritu. Se ha pensado en Gn 2,7 o en Ez 37. El espíritu del Señor Resucitado inicia un mundo nuevo, y con el envío de los discípulos a la misión se inaugura un nuevo Israel que cree en Cristo y testimonia la verdad de la resurrección. El Israel viejo, al que temen los discípulos, está fuera de donde se reúnen los discípulos (si bien éstos tienen las puertas cerradas). Será el Espíritu del resucitado el que rompa esas barreras y abra esas puertas para la misión. En Juan, "Pentecostés" es una consecuencia inmediata de la resurrección del Señor. Esto, teológicamente, es muy coherente y determinante.

 7. Finalidad del evangelio (20,30-31): El evangelio terminaba originariamente con Jn 20,30-31. Estas palabras tienen una clara forma conclusiva y afirman de forma terminan­te cuál fue la finalidad que se propuso el evan­gelista: llevar a los lectores a la fe en Jesús descubriendo en sus hechos la flecha indica­dora que apunta a su mesianidad y divinidad. La consecuencia de tal descubrimiento y de la aceptación del mismo es la vida eterna. Además de los siete "signos" narrados en el libro que lleva su nombre, en el mismo evangelio se nos cuentan otros, como el lavatorio los pies. Al terminar su relato, el evangelio nos dice que Jesús hizo muchos más. Lo importante para el lector es entenderlos como signos que son, es decir, como acciones “significativas" que nos obligan a pensar en las realidades trascendentes de las que los hechos son únicamente un punto de referencia.

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